Por. Psic. Alejandro Castro Ledesma.
Que papel tan importante juegan
en la vida de un hombre los coches, jugamos con ellos cuando somos niños, al
menos en mi caso dediqué tardes de verano y fines de semana jugando carritos,
las opciones eran variadas, desde la elaboración de una carretera, sonidos de
motores o conversaciones con los amigos por medio del cochecito, incluso el
enfrentamiento uno contra otro, chocarlos para ver cuál aguantaba más, ante la
incomprensión de mi padre que había pagado por ellos, pero cuando se es niño el
dinero no vale, el juego es lo que importa.
En la adolescencia muchos anhelan
el coche de papá o del amigo, aprender a manejar, quizás para ganar
independencia, sin tomar en cuenta que el responsable del coche es quien para
el seguro, gasolina, en fin, el mantenimiento; pero que emocionante es estar
detrás del volante, chicos que manejan de forma temeraria para beneplácito
propio y admiración de los amigos. En mi caso esta etapa nunca fue detrás del
volante, aún cuando mi madre insistió en que tomara el curso de manejo, lo hice
y con buenas notas pero nunca traje el coche de mi papá, quizás no le di el
interés que le daban mis amigos o el hecho de que mi hermano chocara un par de
ocasiones el auto-escuela de la casa influyó en mi.
Ya de adulto joven, y esto solo
por tener credencial de elector, seguí si verlo como una necesidad, a patín o
en chato, siempre feliz. En el urbano bien puede uno leer, comer, dormir y para
mi se convirtió en el pretexto ideal para faltar a dormir a casa cuando la
pachanga se prolongaba, “no traía para el taxi mamá”, “no tengo carro” decía,
sínico sin duda.
Al ir madurando y cuando me
independice de casa, busque vivir cerca de mi trabajo para continuar con mi
filosofía de “a pata soy feliz y además ahorro”; cuando mi novia de fue a vivir
a mi departamento yo seguía viendo el vehículo como un lujo (con todo y que mi
hermana menor ya tenía su coche), sin embargo en el momento que supe que estaba
embarazada pensé: “va a necesitar un carro”, por primera vez el concepto
“necesidad” iba de la mano con carro, pensaba: “uno como sea corretea el camión
y aguanta los jalones, pero cuando este barrigona pues como”. Lo pensamos y a
mis veinticuatro años compré, en conjunto con ella, mi primer coche, que risa
cuando el vendedor lo llevó a casa para probarlo, me dice: “manéjalo” y yo con
toda la seriedad posible digo: “con que ella lo haga y le guste basta, será
suyo…”, claro como admitir que nunca practiqué, más que aquellas veces que
movía el de algún amigo con sus respectivos jaloneos, el orgullo de macho no lo
permitía.
Con la paciencia de mi mujer y
manejando el cachito del depa al trabajo, le agarré confianza; en mi primer ida
a Chápala meses después me lleve el primer susto, ya con mi bebé en su silla oí
el chillar de las llantas al tomar una curva a más velocidad de lo debido, sin
duda por mi inexperiencia, aprendí y no volvió a pasar; algunos meses más tarde
ya me aventaba a ir a Puerto Vallarta ¡manejando todo el trayecto yo solito!
Pasaron tres años sin
inconvenientes, hasta un viernes de julio, pedí el día económico en la chamba,
regularmente lo hago para ir descansado, salimos por la tarde después que mi ya
esposa salió de trabajar, íbamos rumbo a Vallarta para ver detalles de la boda
religiosa; ella y nuestro hijo en el asiento trasero ya que él ya no usa la
silla para niños y prefiero que vayan juntos, él con su cinturón de seguridad
pero recostado en su asiento, ella sin usarlo por que le es incómodo.
El pequeño dijo: “papi, quiero
hacer pipi”, me orillé, lo ayudé y descansó, aproveche y estire las piernas,
bebí un poco de agua y continuamos, platicábamos y mi esposa le dice a nuestro
niño “vatillo”, unos amigos y yo así lo llamábamos por que a él le causaba
gracia, sin embargo, con su mamá no le pareció he hizo berrinche, me dio risa
ya que hay juegos que parece querer compartir solo con papá, le decía a mi
esposa: “te voy a hacer una niña para que tengan sus propios juegos y bromas”,
salía de una curva casi llegando a Compostela, había estado lloviendo así que
la pista estaba mojada, la curva salía cargada a la derecha cuando sentí ese
jalón en el volante hacía la izquierda, escribirlo genera aún que mi corazón se
acelere, solo atine a decir “aguas”, mientras trataba de controlar el vehículo,
no lo logré, en fracciones de segundo habíamos derrapado, nuestro vehículo se
fue sobre un terraplén en el carril contrario e impactamos ahí, oía los gritos
de mi esposa y miles de cosas pasaban por mi cabeza: “tienen puesto el
cinturón”, “se abrazarán”, “los amo”, nunca la vi o no lo recuerdo otro
vehículo literalmente se metió debajo del nuestro, por lo que continuaba el
movimiento frenético al interior, recuerdo haber visto a mi esposa golpear el
techo del carro por el retrovisor, entonces todo se detuvo, volteo hacía atrás
y veo a mi hijo llorar y a mi esposa pálida, gracias a Dios están vivos, pensé.
El terror que sentí durante aquellos segundos se contenía, están bien pregunté,
ella dijo “si” y mi hijo confundido preguntaba “¿Qué nos pasó?, lloraba.
Vi una persona a un costado de mi
carro, baje el vidrio, “¿están bien?, preguntó, si dije, era el otro conductor;
nos bajamos, mi puerta abría con dificultad, llegaron ambulancias a mi esposa
le dolía la espalda, mi niño decía estar bien, lo toqué y revisé, no encontré
nada. Yo, físicamente no sentía, emocionalmente seguía conteniendo.
Al ver los vehículos supe que
habíamos tenido suerte, el impacto no fue de lleno, en ese tramo no había
barreras de concreto, solo el terraplén de pasto y lodo que detuvo la acción,
la camioneta que nos impactó después no sé de que manera se metió debajo de mi
coche, lo que generó que no nos pegara con la fuerza para que las leves
lesiones se agravarán. Un pequeño morete recibió mi hijo por su cinturón de
seguridad al igual que yo, mi esposa un esguince y fuere dolor de espalda, ella
no lo llevaba puesto.
Hice, creo todo lo que se espera
se haga en ese momento, llamé a la aseguradora, a mi padre, hablé con el otro
involucrado, cuando llegó la policía federal, muy a mi pesar le compré la idea
que tenía que darle mil pesos para que mi coche no terminará en Ixtlán del Río.
Si me chamaquearon me sirvió de experiencia.
Mi cuñada y su esposo fueron por
nosotros y nos llevaron a su casa, así llegamos a nuestro destino. Cuando todos
se fueron a dormir lloré, mi mujer me abrazó como solo ella sabe hacerlo, tenía
horas lidiando con la idea que los pude perder. Quizás cuando paramos por las
necesidades de mi hijo salvó la vida, ya que después de eso iba bien sentado y
amarrado como él dice.
Gastos inesperados, el susto, no
más, gracias a Dios; mi esposa busca redefinirme el suceso, “estamos vivos y en
parte gracias a ti”, me escribió. Yo retomé el viejo vicio de fumar, al
escribir estas líneas un cigarrillo se consume en el cenicero, después de
lidiar con la aseguradora y el taller a donde enviaron nuestro coche, casi dos
meses después parece que todo esta bien, solo me faltaba integrar en mi
conciencia los sentimientos que este evento ha generado, para dejar de fumar,
pero sobre todo para enfrentar el volver a la carretera.
Ya no soy el niño que juega a
hacer autopistas, hoy transito por ellas, ni el adolescente impulsivo e
imprudente, soy el adulto que ama a su familia, al que un accidente, un derrape
le puso en una perspectiva diferente aquello que le rodea. Hoy doy gracias a
Dios por lo que tengo, si bien siempre he procurado decirle a mi hijo que lo
amo, besar la frente de mi esposa y saber que nada ni nadie puede ocupar sus
lugares, el hecho de sentir que los podría perder me ha permitido apreciarlos
aún más. Cuando manejo nuestro vehículo van sus vidas en mis manos, ¡que
responsabilidad! Esto que sucedió me da experiencia y me hace más precavido, se
que la próxima vez sentiré temor de pasar por esas curvas, pero gracias a la
confianza que me da mi familia y a este ejercicio de autoconciencia las cosas
vendrán bien.
Gracias amor por estar ahí para
apoyarme, tu sonrisa constante en las buenas y en las malas, incluso en un
derrape.