martes, 17 de septiembre de 2013

Un derrape.


Por. Psic. Alejandro Castro Ledesma.

Que papel tan importante juegan en la vida de un hombre los coches, jugamos con ellos cuando somos niños, al menos en mi caso dediqué tardes de verano y fines de semana jugando carritos, las opciones eran variadas, desde la elaboración de una carretera, sonidos de motores o conversaciones con los amigos por medio del cochecito, incluso el enfrentamiento uno contra otro, chocarlos para ver cuál aguantaba más, ante la incomprensión de mi padre que había pagado por ellos, pero cuando se es niño el dinero no vale, el juego es lo que importa. 

En la adolescencia muchos anhelan el coche de papá o del amigo, aprender a manejar, quizás para ganar independencia, sin tomar en cuenta que el responsable del coche es quien para el seguro, gasolina, en fin, el mantenimiento; pero que emocionante es estar detrás del volante, chicos que manejan de forma temeraria para beneplácito propio y admiración de los amigos. En mi caso esta etapa nunca fue detrás del volante, aún cuando mi madre insistió en que tomara el curso de manejo, lo hice y con buenas notas pero nunca traje el coche de mi papá, quizás no le di el interés que le daban mis amigos o el hecho de que mi hermano chocara un par de ocasiones el auto-escuela de la casa influyó en mi. 

Ya de adulto joven, y esto solo por tener credencial de elector, seguí si verlo como una necesidad, a patín o en chato, siempre feliz. En el urbano bien puede uno leer, comer, dormir y para mi se convirtió en el pretexto ideal para faltar a dormir a casa cuando la pachanga se prolongaba, “no traía para el taxi mamá”, “no tengo carro” decía, sínico sin duda.    

Al ir madurando y cuando me independice de casa, busque vivir cerca de mi trabajo para continuar con mi filosofía de “a pata soy feliz y además ahorro”; cuando mi novia de fue a vivir a mi departamento yo seguía viendo el vehículo como un lujo (con todo y que mi hermana menor ya tenía su coche), sin embargo en el momento que supe que estaba embarazada pensé: “va a necesitar un carro”, por primera vez el concepto “necesidad” iba de la mano con carro, pensaba: “uno como sea corretea el camión y aguanta los jalones, pero cuando este barrigona pues como”. Lo pensamos y a mis veinticuatro años compré, en conjunto con ella, mi primer coche, que risa cuando el vendedor lo llevó a casa para probarlo, me dice: “manéjalo” y yo con toda la seriedad posible digo: “con que ella lo haga y le guste basta, será suyo…”, claro como admitir que nunca practiqué, más que aquellas veces que movía el de algún amigo con sus respectivos jaloneos, el orgullo de macho no lo permitía. 

Con la paciencia de mi mujer y manejando el cachito del depa al trabajo, le agarré confianza; en mi primer ida a Chápala meses después me lleve el primer susto, ya con mi bebé en su silla oí el chillar de las llantas al tomar una curva a más velocidad de lo debido, sin duda por mi inexperiencia, aprendí y no volvió a pasar; algunos meses más tarde ya me aventaba a ir a Puerto Vallarta ¡manejando todo el trayecto yo solito!
Pasaron tres años sin inconvenientes, hasta un viernes de julio, pedí el día económico en la chamba, regularmente lo hago para ir descansado, salimos por la tarde después que mi ya esposa salió de trabajar, íbamos rumbo a Vallarta para ver detalles de la boda religiosa; ella y nuestro hijo en el asiento trasero ya que él ya no usa la silla para niños y prefiero que vayan juntos, él con su cinturón de seguridad pero recostado en su asiento, ella sin usarlo por que le es incómodo. 

El pequeño dijo: “papi, quiero hacer pipi”, me orillé, lo ayudé y descansó, aproveche y estire las piernas, bebí un poco de agua y continuamos, platicábamos y mi esposa le dice a nuestro niño “vatillo”, unos amigos y yo así lo llamábamos por que a él le causaba gracia, sin embargo, con su mamá no le pareció he hizo berrinche, me dio risa ya que hay juegos que parece querer compartir solo con papá, le decía a mi esposa: “te voy a hacer una niña para que tengan sus propios juegos y bromas”, salía de una curva casi llegando a Compostela, había estado lloviendo así que la pista estaba mojada, la curva salía cargada a la derecha cuando sentí ese jalón en el volante hacía la izquierda, escribirlo genera aún que mi corazón se acelere, solo atine a decir “aguas”, mientras trataba de controlar el vehículo, no lo logré, en fracciones de segundo habíamos derrapado, nuestro vehículo se fue sobre un terraplén en el carril contrario e impactamos ahí, oía los gritos de mi esposa y miles de cosas pasaban por mi cabeza: “tienen puesto el cinturón”, “se abrazarán”, “los amo”, nunca la vi o no lo recuerdo otro vehículo literalmente se metió debajo del nuestro, por lo que continuaba el movimiento frenético al interior, recuerdo haber visto a mi esposa golpear el techo del carro por el retrovisor, entonces todo se detuvo, volteo hacía atrás y veo a mi hijo llorar y a mi esposa pálida, gracias a Dios están vivos, pensé. El terror que sentí durante aquellos segundos se contenía, están bien pregunté, ella dijo “si” y mi hijo confundido preguntaba “¿Qué nos pasó?, lloraba.         

Vi una persona a un costado de mi carro, baje el vidrio, “¿están bien?, preguntó, si dije, era el otro conductor; nos bajamos, mi puerta abría con dificultad, llegaron ambulancias a mi esposa le dolía la espalda, mi niño decía estar bien, lo toqué y revisé, no encontré nada. Yo, físicamente no sentía, emocionalmente seguía conteniendo. 

Al ver los vehículos supe que habíamos tenido suerte, el impacto no fue de lleno, en ese tramo no había barreras de concreto, solo el terraplén de pasto y lodo que detuvo la acción, la camioneta que nos impactó después no sé de que manera se metió debajo de mi coche, lo que generó que no nos pegara con la fuerza para que las leves lesiones se agravarán. Un pequeño morete recibió mi hijo por su cinturón de seguridad al igual que yo, mi esposa un esguince y fuere dolor de espalda, ella no lo llevaba puesto. 

Hice, creo todo lo que se espera se haga en ese momento, llamé a la aseguradora, a mi padre, hablé con el otro involucrado, cuando llegó la policía federal, muy a mi pesar le compré la idea que tenía que darle mil pesos para que mi coche no terminará en Ixtlán del Río. Si me chamaquearon me sirvió de experiencia. 

Mi cuñada y su esposo fueron por nosotros y nos llevaron a su casa, así llegamos a nuestro destino. Cuando todos se fueron a dormir lloré, mi mujer me abrazó como solo ella sabe hacerlo, tenía horas lidiando con la idea que los pude perder. Quizás cuando paramos por las necesidades de mi hijo salvó la vida, ya que después de eso iba bien sentado y amarrado como él dice. 

Gastos inesperados, el susto, no más, gracias a Dios; mi esposa busca redefinirme el suceso, “estamos vivos y en parte gracias a ti”, me escribió. Yo retomé el viejo vicio de fumar, al escribir estas líneas un cigarrillo se consume en el cenicero, después de lidiar con la aseguradora y el taller a donde enviaron nuestro coche, casi dos meses después parece que todo esta bien, solo me faltaba integrar en mi conciencia los sentimientos que este evento ha generado, para dejar de fumar, pero sobre todo para enfrentar el volver a la carretera. 

Ya no soy el niño que juega a hacer autopistas, hoy transito por ellas, ni el adolescente impulsivo e imprudente, soy el adulto que ama a su familia, al que un accidente, un derrape le puso en una perspectiva diferente aquello que le rodea. Hoy doy gracias a Dios por lo que tengo, si bien siempre he procurado decirle a mi hijo que lo amo, besar la frente de mi esposa y saber que nada ni nadie puede ocupar sus lugares, el hecho de sentir que los podría perder me ha permitido apreciarlos aún más. Cuando manejo nuestro vehículo van sus vidas en mis manos, ¡que responsabilidad! Esto que sucedió me da experiencia y me hace más precavido, se que la próxima vez sentiré temor de pasar por esas curvas, pero gracias a la confianza que me da mi familia y a este ejercicio de autoconciencia las cosas vendrán bien. 

Gracias amor por estar ahí para apoyarme, tu sonrisa constante en las buenas y en las malas, incluso en un derrape.      
  

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Hoy hace cinco años entré a DIF



Hoy hace cinco años entré a DIF.
Por. Psic. Alejandro Castro Ledesma. 
11 de septiembre de 2013

Hoy hace cinco años entré a DIF, me ha dado un sinfín de satisfacciones en la atención de mis pacientes, aún cuando se trabaja con lo que hay o con lo que deciden proporcionar aquellos que llegan a ocupar los puestos de mando, que están (por el tiempo que duren sus cuates en el poder) aún sin tener idea de cómo llevar un equipo de trabajo y administrar el recurso. 

Aquí sin duda lo más significativo que obtuve fue el conocer a la mujer con la que comparto mi vida, aún cuando esto generó que la movieran de área y horario, claro había que prevenir, que tal si además de desarrollar los proyectos que se implementan fuéramos a hacer una cochinada en la oficina, si no se nos había ocurrido en cuatro años quizás este sería el bueno. 

Me proporciona un centro de desarrollo infantil para mi hijo (al cual no concebí en horario de oficina), pero no se me permite salir unos minutos para entregarlo o recogerlo, aún cuando el centro esta a un costado de la oficina. Claro hay que procurar el desarrollo integrar de las familias que se atienden no de las propias.  
Agradezco a quien me puso en este empleo que tanto me ha dado, del que me he beneficiado y aprendido, en donde también he dejado, ideas, propuestas, tiempo, paciencia, creo que es tiempo de cumplir aquello que con toda la confianza que da ser joven (más aún) dije alguna vez “yo no voy a estar toda la vida aquí”, quise que fuera el trampolín para cumplir la meta de una maestría en el extranjero pero mi proyecto de vida cambió, tuve lo necesario para irme, pero decidí ser esposo y papá, en vez de boletos de avión compré cuna y flores, en vez de colegiatura pagué pañales y paseos, me desvelé arrullando o haciendo el amor y no leyendo, tengo la dicha de compartir mi vida en vez de andar por el mundo solo, escucho un te amo y un papi cada día lo que sin duda es lo más maravilloso que puede haber en la vida. 

Si bien estos cinco años ponen en perspectiva un proyecto de vida que ha sido aplazado, al menos en su meta a largo plazo, puedo ver que aquellas a corto y mediano se cumplen, que no lo he dejado de lado ni mucho menos olvidado, la diferencia es que hoy lo comparto y eso es algo que tengo que agradecer, por que el motor de mi vida no es mi familia son mis ganas de cumplir mis metas el ímpetu por desarrollarme, la familia es el combustible que alimenta ese motor, que lo que tienen para dar solo yo puedo darle un valor, puede ser uno negativo si los culpo por aplazar mis sueños o puedo darle uno positivo si permito que las caricias de mi esposa me quiten el estrés y las risas de mi hijo me alegren el corazón.

En esta ocasión el blog ha ido más enfocado a mi que a un tema en particular, pero mi intención no ha sido la de contarles un poco de mi vida, sino de brindar mi perspectiva de las cosas, pienso que cada individuo decide como vivir, en la consulta escucho quejas por lo mal que se portan los hijos, por la falta de dinero, de comunicación, que si son ingratos,  que no reconocen los sacrificios, etc.; reflexionando estoy seguro que si cada quien hace un ejercicio de ver en su interior, reconocerá que mucho de lo que tiene en la vida ha sido una consecuencia de sus decisiones, que cuando nos hacemos responsables de nosotros mismos, lo demás viene por añadidura, por que solo yo decido darle un valor especial a lo que hago primero ante mi y luego ante los demás, si uno mismo no valora su esfuerzo como esperar que otro lo haga, aún cuando sean personas tan significativas como una esposa, hijos o padres. 

Los límites nos los ponemos nosotros mismos, en otro espacio he hablado de cómo se deteriora un programa institucional, el cual titulé: “el pez no se pudre por la cola”, en el caso de un individuo su vida se pudre cuando no se hace responsable por las decisiones que toma.